EXHIBICIÓN
Curaduría Larisa Zmud
Comité357, Bueno Aires, Argentina
Abril 2025
Paisajes Ambulantes es una instalación textil-sensorial de Guillermina Lynch que se despliega como un ecosistema inmersivo. A través de una serie de tapados de terciopelo intervenidos con serigrafía experimental, la artista propone un cruce entre cuerpo, paisaje y materia. La indumentaria se presenta no solo como vestimenta, sino como superficie narrativa, territorio portátil y archivo vivo de experiencias sensibles.
La muestra está estructurada en distintos momentos que se suceden como estaciones de un recorrido íntimo y transformador: una criatura monumental que recibe al visitante, un subsuelo habitado por islas, hongos y tapados de terciopelo, entre sonidos vegetales y cantos místicos, y un altar final de procesos donde la intimidad del taller se vuelve visible.
Cada pieza, cada gesto técnico y cada textura, forma parte de una coreografía material donde lo técnico y lo poético conviven. En Paisajes Ambulantes, vestir no es cubrirse: es habitar una historia, cargar un fragmento de mundo, volverse topografía.
Hall de entrada: Tapado imposible
Una criatura de terciopelo negro y plateado. Un cuerpo desbordado, hecho de retazos de obras pasadas —como cicatrices—, contenido en una torre de andamios industriales.
Im-portable.
Esta pieza—puerta de entrada y ancla visual de la muestra—fusiona lo textil y lo escultórico, lo blando y lo técnico, el gesto manual y la estructura cruda. Funciona como altar y como reliquia: un fragmento de cuerpo expandido, que lleva grabada la huella vegetal de una orquídea endurecida en su superficie, como si el tiempo hubiera detenido su floración para convertirla en textura.
Inmersión: El ecosistema subterráneo
A medida que el cuerpo desciende hacia el subsuelo, se aproximan los cantos etéreos de Hildegarda Von Bingen, fusionados con experimentaciones sonoras que evocan el mundo vegetal. El sonido, que parece brotar de las propias paredes, invita a caminar en silencio, como si el eco de la naturaleza misma tomara el control del espacio, como si se tratara de una procesión tácita.
El suave murmullo de las plantas, susurrando junto a la abadesa, se entrelaza con las vibraciones que se sienten a través de la piel, mientras una fragancia irrumpe en el aire: una poción botánica de incienso, cuero, sándalo, piel de quinoto y madera de agar, apoderándose lentamente de los sentidos.
En este entorno, se revela un ecosistema de terciopelo, donde tapados, kimonos e islas flotantes entre luces y sombras. Los haces de luz atraviesan el espacio, creando formas efímeras, mientras cortinas de finas cadenas plateadas interrumpen ocasionalmente la quietud de este hábitat.
Los textiles fueron trabajados a partir de un mismo proceso técnico: serigrafía experimental sobre terciopelos algunos de ellos teñidos artesanalmente con cochinilla, solidago, poroto negro, quebracho, yerba mate. Pero cada pieza condensa su propia intensidad matérica: superficies densas, pigmentadas, táctiles, que invitan al recorrido con la mirada y la mano.
Mantos que evidencian diferentes estadíos del trabajo de Guillermina: suavidad conviviendo con texturas ásperas y rugosas, incertidumbres y descubrimientos al mismo tiempo. Flores feroces escondidas en su aparente inocencia. Un jardín blando de cuerpos textiles que no buscan adornar, sino transformar.
Retorno: El archivo vivo
Al regresar a la superficie, bordeando nuevamente el tapado imposible, un último espacio se revela: fragmentos íntimos del taller de Guillermina, dispuestos como un altar de procesos.
A la luz tenue, una mesa rebalsada de pistas nos invita a espiar —como voyeurs— los gestos que anteceden a la obra. Los libros que la artista usa para sus investigaciones creativas se encuentran abiertos, insinuando ser examinados. Luego, siguiendo el orden de su práctica, aparecen cuadernos, hojas con flores dibujadas a lápiz que aún conservan la presión de la mano, frascos de pintura, palillos, cucharas, pruebas de tintes sobre retazos de tela, shablones que evidencian el rastro, y por último, una etiqueta serigrafiada con su firma.
Todo puede recorrerse con la mirada, incluso con las manos. El mantel de terciopelo —textil emblema de su obra— funciona como base y escenario de este laboratorio matérico y táctil, donde lo botánico se encuentra con lo alquímico, donde cada objeto cuenta una historia de ensayo y profanación, de obsesión y azar.
Y como si el proceso necesitara completarse en secreto, apenas a unos pasos, detrás de una cortina de terciopelo, espera un perchero habitado por los tapados. Silenciosos, suspendidos, son la evidencia final de ese recorrido: cuerpos textiles que, como frutos de un rito, encarnan todo lo que antes fue apenas boceto, experimento o intuición.
ACTIVACIONES
Durante la muestra, se desarrollaron activaciones que acompañaron y expandieron el universo poético de Paisajes Ambulantes.
1.
Polinización – Activación gastronómica
Una experiencia sensorial y silenciosa diseñada por Cecilia de la Fourniere, Jessica Scarpati y Guillermina.
El piso estaba cubierto con sal rosada del Himalaya, que crujía bajo los pies mientras los participantes recorrían las mesas organizadas como jardines. Entre papel de seda, piedras y flores, se presentaban platos que jugaban con las apariencias: un macarrón que parecía dulce y floral contenía roquefort, y una crema suave sorprendía con un sabor picante. La propuesta invitaba a desplazarse con calma, en silencio, y descubrir detalles a través del tacto, la vista y el gusto, simulando el movimiento de los polinizadores.
2.
Vestimenta y metamorfosis – Conversatorio
En diálogo con los tapados y orquídeas de la muestra, se realizó un conversatorio con Luciana Olmedo Wehitt, autora de Entre telas: Vestimenta y Metamorfosis en los cuentos de Silvina Ocampo (Gataflora Editorial).
Junto al público, se leyó colectivamente El vestido de terciopelo de Silvina Ocampo, generando una reflexión sobre la vestimenta como superficie de subjetividad, umbral poético y político.
3.
Cierre de la muestra – Desmontaje colectivo
El cierre de Paisajes Ambulantes se concibió como una activación performática que prolongó y condensó el espíritu de la muestra: la fusión entre cuerpo, materia y territorio. En lugar de un desmontaje tradicional, se propuso una acción colectiva y ritualizada que involucró activamente a las visitantes.
Cada participante eligió un tapado de la instalación, lo desmontó con sus propias manos, y se lo colocó, para luego recorrer el espacio, encarnando literalmente el gesto de llevar el paisaje. Esta acción, guiada pero abierta a la sensibilidad de cada cuerpo, se transformó en una experiencia tanto íntima como compartida.
La escena tomó forma de una coreografía espontánea: sin instrucciones fijas, solo una disposición común al desplazamiento, al tacto, al vínculo con la obra. Cada cuerpo transitó nuevamente las estaciones de la muestra —esta vez no como espectadoras, sino como parte viva del dispositivo expositivo.
El acto de portar los tapados activó un nuevo nivel de relación entre obra y espectadora. Cuerpos dentro de cuerpos textiles, llevando esos paisajes como extensiones sensibles de sí mismas. La instalación, habitada desde adentro, se volvió un ecosistema en movimiento, animado por presencias humanas y materiales entrelazadas.
En el tramo final del recorrido, las participantes comenzaron a desprenderse de los tapados y a devolverlos al espacio. El desmontaje se volvió así una situación viva y performática: no un cierre, sino una última transformación. Un gesto colectivo y efímero, donde la experiencia compartida prolongó la vida de la obra más allá de su duración expositiva.
¿Cuánto pesa lo que llevamos puesto? ¿Cuánto de la geografía que habitamos se imprime sobre nuestra piel a través de lo que vestimos?
Vestirse es una forma de habitar el mundo a través de la cual construimos nuestra identidad con el fin de conocernos y sobre todo, establecemos vínculos con quienes nos rodean. A lo largo de la historia la Moda ha sido un espacio de negociación, según los ámbitos, entre lo individual y lo colectivo, entre el arte y lo utilitario.
En la obra de Guillermina Lynch la indumentaria trasciende el objeto cotidiano, el uso -ya sea como ropa, hábito o vestuario- y recupera su identidad y singularidad artística en tanto lienzo cargado, en sus huellas, colores y texturas. En historias por contar, en territorios en espera de cuerpos que los habiten. En atlas de espacios mágicos que invitan a más de un recorrido.
En sus tapados de terciopelo, la suavidad del textil se ve alterada por la serigrafía de orquídeas, un proceso que endurece la superficie y deja marcas. Cicatrices irrumpen la fluidez del terciopelo con relieves que me remiten a una textura mineral, orgánica. Una alquimia que da paso a la tensión entre la calidez de la fibra y la aspereza de la tinta. Una mutación que hace funcionar estas piezas como un territorio móvil.
La modernidad trazó una división entre el arte y la artesanía, relegando las técnicas vinculadas al trabajo de las mujeres a una categoría “menor”, de artes aplicadas. Sin embargo, hoy sabemos, que en el hacer manual se gestan otro tipo de conocimientos que van más allá del uso, y en donde la técnica es también un registro del tiempo que transforma la materia.
En esta zona difusa encontramos a artistas como Sonia Delaunay o Varvara Stepanova, para quienes toda su obra (en sus diferentes dimensiones) es su forma de explorar y expandir los límites del arte hacia la vida cotidiana y la utilidad. Guillermina se sitúa en ese punto y actualiza esta tradición, con un método propio. Pone su cuerpo y su pensamiento al servicio de convertir sus textiles en paisajes ambulantes, haciendo de su obra un espacio donde la indumentaria se convierte en superficie de expresión, tanto para ella, como para quien la porta.
Si la ropa es esa primera capa entre el cuerpo y la realidad, puede ser un soporte para reflexionar sobre cómo habitamos el mundo. Un puente. En estas obras, que invitan a superar la instancia contemplativa, las flores son arrancadas de su inmovilidad, y en ese gesto se vuelven a la vez permanentes y portátiles, capaces de habitar otros horizontes.
Tal vez, al vestir sus tapados, Guillermina nos invita a que no sólo llevemos el paisaje con nosotras, sino también a que asumamos la responsabilidad de hacerlo visible. Y cuidarlo.
Larisa Zmud, abril 2025


Mas ande otro criollo pasa Martín Fierro ha de pasar, Nada la hace recular Ni las fantasmas lo espantan; Y dende que todos cantan Yo también quiero cantar.